Este masaje facial, que se remonta al año 1472, se convirtió años más tarde en la terapia predilecta de las emperatrices japonesas, primero, a modo terapéutico para paliar dolores y, después, también como técnica favorita para lucir un rostro bello, libre de imperfecciones y más rejuvenecido.
Si la persona que recibe el kobido consigue poner la mente en blanco y simplemente se deja llevar por las sensaciones que va despertando cada fase del masaje, puede alcanzar un estado de bienestar emocional y físico increíble. Además, aporta luminosidad, firmeza y pulposidad al rostro sin necesidad de utilizar aparatología.
Kobido su nombre lo deja claro: antiguo camino a la belleza.
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